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Antes de leer un libro, suelo abrirlo al azar para ver si pese a ello en la página que lo detengo hay un verso o una frase que me mueva. Aplico la misma operación a todos, si no choco con ese verso o esa frase, lo cierro y olvido que reposa en alguno de los estantes de mi biblioteca. Supongo que es un defecto adquirido gracias a mi vicio por el juego. Cuando se trata de envíos de mis amigos, de libros inéditos que generosamente me confian, sucede casi lo mismo, avanzo con el cursor hasta el centro o el final, nunca me quedo en el inicio, y lo detengo ansioso para ver si aparece esa frase o ese verso. No es un hábito recomendable, menos si quien intenta aplicarlo pretende ser editor; yo me arriesgo. Ocurre que mis búsquedas no necesitan razones, sé lo que quiero leer, sé hasta dónde puedo acercarme con un libro.
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Ahora que la poesía comprometida, social o política es escasa, y lo publicado son estornudos bílicos (no bélicos), en su mayoría prosa, de escritores que se declaran radicales, y que los espacios por donde transitan se infectan con posiciones ideológicas de la peor izquierda (a veces ni eso), es casi un milagro encontrarse con un hallazgo como este: Les dije: tomen nomás. Yo pago hasta la corrupción. / Les regalé el poema capitalista; / les dije: ése es el poema del mundo. Se trata de TECNOPACHA (Editorial Zignos, 2008), el primer libro de poemas de Oscar Saavedra Villarroel (Santiago de Chile, 1977).
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TECNOPACHA es el primer volumen de un proyecto escritural político totalizante al que Oscar ha denominado dOPING hISTÓRICO, constituido por cinco libros cuyos nombres prometen: ESPUNKAS y PAISCIDIO, por citar a dos de ellos. Chile, que goza de una de las más vigorosas literaturas, tiene en poetas como De Rokha, Parra, Rojas, Millán y Zurita los referentes de la última poesía que novísimos como Diego Ramírez; Pablo Paredes, Rodrigo Gómez y Héctor Hernández, están escribiendo. Citaba con ellos una línea que hace suyo el discurso comprometido, se trata de escritores que no callan pese al filo de los sables con el que destajan sus ansias por otro modo de convivencia. No huyen a lo social, lo toman; no se refugian en sus dramas internos, los dotan de una lengua colectiva. Algo que en Perú no se lee desde la década de los noventa. Pasando por Romualdo, Valcárcel, Scorza, el primer Cisneros, Hinostroza, Hora Zero, kloaka y Neón.
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La pregunta es qué ha pasado para que en nuestro país no hallemos un solo verso de la última promoción de escritores que se duela del hedor que ha invadido nuestra escena y que por supuesto salpica a todos los estratos. Alberto Alarcón, el genial poeta piurano exige en uno de sus poemarios, que aún mantiene inédito: Haz de tu grito un lanzallamas. Señala el sitio de la podredumbre. Yo he tenido que ir hasta Santiago a escuchar el sonido de ese lanzallamas: Supe que la identidad no era sino un puñado de polvo / que casi era imposible soñar y escribir con las manos atadas por el aire.
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Hay poesía en nuestro país, poesía de primerísima factura, pero supongo que si bien hemos tenido nuestros muertos en la guerra contra los terroristas que se levantaron en nombre de Marx y Mao, ni siquiera la década siniestra de Alberto Fujimori ha sido suficiente baño de sangre para dolernos e involucrarnos en proyectos que trasciendan lo exclusivamente literario.
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En la última promoción de poetas chilenos la escritura política es casi su eje; desde posiciones homoeróticas como la poesía de Diego Ramírez hasta la casi militante (o activista) de Pablo Paredes, donde acaso eso que las cruza es el tono niño/fiera, niño/autista (pienso en La Ciudad Lucía de Paula Ilabaca) que perturba a cualquier ojo ávido por la sorpresa y el desgarro, o Grasa de Gómez, impecable manifiesto contra el vértigo y el tedio de los habitantes de la urbe.
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Me tiraron piedras cuando depositaron sus tarjetas en mi bolso. / Me tiraron corazones cuando les mostré una AFP / y lo que podrían hacer con sus dineros. / Me volvieron a tirar piedras cuando les dije: la solución está en la cabeza. / Me tiraron corazones cuando llegó la ambulancia / financiada por privados. Con esta crueldad que linda con lo irónico, Oscar Saavedra nos ubica frente a una cartografía sobre la que nos perdemos hasta chocar con nuestro propio reflejo.
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"Lo que TECNOPACHA busca en tanto libro, es la consecución del poema capitalista que como tópico aparece una y otra vez entre sus versos. La ironía está en que pese a su feroz crítica contra el Capital, nuestro poeta parece ser el único capaz de lograr ese poema. Y esa es la gran contradicción que siempre entraña la buena poesía." Señala Róger Santiváñez en el prólogo del libro.
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Sin ánimo de pontificar, estoy convencido que este libro es el primer documento que asume la lengua de esta Latinoamérica desgarrada y ansiosa que dice al fin lo exacto, a diferencia de otros intentos que se pierden con la piroctecnia de la retórica efectista. Por eso TECNOPACHA es un libro fundacional, con él recuperamos al poeta épico, al artista como crítico de su contexto. Derepente me metí en la fundación INTI que decía llamarse así / por ser los creadores de las vanguardias / y pregunté por las becas que nacían de los muertos. / Tienes que enviar un plan, una estrategia, me dijeron tan Gabys. / Agarré mi tan apreciado portafolios y lo vacié sobre sus venas mesas. / Les dije: tengo el talento quebrado de los sueños. / Sal de aquí Mapocho, me gritaron, sal de aquí pendejo oxigenado./ Y me marché como todo un indio oropelado, un neandertal / a las puertas del subdesarrollo.
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TECNOPACHA tiene la virtud de conmovernos, nada queda en el aire, todo se pronuncia como un himno ancestral que hemos venido repitiendo silenciosamente desde siempre, por eso aquí la boca, su boca, se levanta como un fakir para lanzarlo como un graffiti posmo sobre la ciudad incendiada, sobre la ruta andes por donde acabo de circular al leer por quinta vez este maravilloso informe. Supongo que ni Oscar ni yo imaginamos ese lejano 2006, en Santiago de Chile, que nuestras literaturas iban a cruzarse, supongo que tampoco imaginó confiarme el primer volumen de su dOPING hISTÓRICO, yo empecé a seguirle la pista cuando editamos ANOMALÍAS (2006), ahora que tengo en mi poder PACHAS, el segundo volumen de su proyecto, confirmo, una vez más, el vigor de aquellos libros escritos con ese vino rojo que reclamaba Nietzsche.
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Antes de leer un libro, suelo abrirlo al azar para ver si pese a ello en la página que lo detengo hay un verso o una frase que me mueva. Aplico la misma operación a todos, si no choco con ese verso o esa frase, lo cierro y olvido que reposa en alguno de los estantes de mi biblioteca. Supongo que es un defecto adquirido gracias a mi vicio por el juego. Cuando se trata de envíos de mis amigos, de libros inéditos que generosamente me confian, sucede casi lo mismo, avanzo con el cursor hasta el centro o el final, nunca me quedo en el inicio, y lo detengo ansioso para ver si aparece esa frase o ese verso. No es un hábito recomendable, menos si quien intenta aplicarlo pretende ser editor; yo me arriesgo. Ocurre que mis búsquedas no necesitan razones, sé lo que quiero leer, sé hasta dónde puedo acercarme con un libro.
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Ahora que la poesía comprometida, social o política es escasa, y lo publicado son estornudos bílicos (no bélicos), en su mayoría prosa, de escritores que se declaran radicales, y que los espacios por donde transitan se infectan con posiciones ideológicas de la peor izquierda (a veces ni eso), es casi un milagro encontrarse con un hallazgo como este: Les dije: tomen nomás. Yo pago hasta la corrupción. / Les regalé el poema capitalista; / les dije: ése es el poema del mundo. Se trata de TECNOPACHA (Editorial Zignos, 2008), el primer libro de poemas de Oscar Saavedra Villarroel (Santiago de Chile, 1977).
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TECNOPACHA es el primer volumen de un proyecto escritural político totalizante al que Oscar ha denominado dOPING hISTÓRICO, constituido por cinco libros cuyos nombres prometen: ESPUNKAS y PAISCIDIO, por citar a dos de ellos. Chile, que goza de una de las más vigorosas literaturas, tiene en poetas como De Rokha, Parra, Rojas, Millán y Zurita los referentes de la última poesía que novísimos como Diego Ramírez; Pablo Paredes, Rodrigo Gómez y Héctor Hernández, están escribiendo. Citaba con ellos una línea que hace suyo el discurso comprometido, se trata de escritores que no callan pese al filo de los sables con el que destajan sus ansias por otro modo de convivencia. No huyen a lo social, lo toman; no se refugian en sus dramas internos, los dotan de una lengua colectiva. Algo que en Perú no se lee desde la década de los noventa. Pasando por Romualdo, Valcárcel, Scorza, el primer Cisneros, Hinostroza, Hora Zero, kloaka y Neón.
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La pregunta es qué ha pasado para que en nuestro país no hallemos un solo verso de la última promoción de escritores que se duela del hedor que ha invadido nuestra escena y que por supuesto salpica a todos los estratos. Alberto Alarcón, el genial poeta piurano exige en uno de sus poemarios, que aún mantiene inédito: Haz de tu grito un lanzallamas. Señala el sitio de la podredumbre. Yo he tenido que ir hasta Santiago a escuchar el sonido de ese lanzallamas: Supe que la identidad no era sino un puñado de polvo / que casi era imposible soñar y escribir con las manos atadas por el aire.
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Hay poesía en nuestro país, poesía de primerísima factura, pero supongo que si bien hemos tenido nuestros muertos en la guerra contra los terroristas que se levantaron en nombre de Marx y Mao, ni siquiera la década siniestra de Alberto Fujimori ha sido suficiente baño de sangre para dolernos e involucrarnos en proyectos que trasciendan lo exclusivamente literario.
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En la última promoción de poetas chilenos la escritura política es casi su eje; desde posiciones homoeróticas como la poesía de Diego Ramírez hasta la casi militante (o activista) de Pablo Paredes, donde acaso eso que las cruza es el tono niño/fiera, niño/autista (pienso en La Ciudad Lucía de Paula Ilabaca) que perturba a cualquier ojo ávido por la sorpresa y el desgarro, o Grasa de Gómez, impecable manifiesto contra el vértigo y el tedio de los habitantes de la urbe.
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Me tiraron piedras cuando depositaron sus tarjetas en mi bolso. / Me tiraron corazones cuando les mostré una AFP / y lo que podrían hacer con sus dineros. / Me volvieron a tirar piedras cuando les dije: la solución está en la cabeza. / Me tiraron corazones cuando llegó la ambulancia / financiada por privados. Con esta crueldad que linda con lo irónico, Oscar Saavedra nos ubica frente a una cartografía sobre la que nos perdemos hasta chocar con nuestro propio reflejo.
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"Lo que TECNOPACHA busca en tanto libro, es la consecución del poema capitalista que como tópico aparece una y otra vez entre sus versos. La ironía está en que pese a su feroz crítica contra el Capital, nuestro poeta parece ser el único capaz de lograr ese poema. Y esa es la gran contradicción que siempre entraña la buena poesía." Señala Róger Santiváñez en el prólogo del libro.
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Sin ánimo de pontificar, estoy convencido que este libro es el primer documento que asume la lengua de esta Latinoamérica desgarrada y ansiosa que dice al fin lo exacto, a diferencia de otros intentos que se pierden con la piroctecnia de la retórica efectista. Por eso TECNOPACHA es un libro fundacional, con él recuperamos al poeta épico, al artista como crítico de su contexto. Derepente me metí en la fundación INTI que decía llamarse así / por ser los creadores de las vanguardias / y pregunté por las becas que nacían de los muertos. / Tienes que enviar un plan, una estrategia, me dijeron tan Gabys. / Agarré mi tan apreciado portafolios y lo vacié sobre sus venas mesas. / Les dije: tengo el talento quebrado de los sueños. / Sal de aquí Mapocho, me gritaron, sal de aquí pendejo oxigenado./ Y me marché como todo un indio oropelado, un neandertal / a las puertas del subdesarrollo.
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TECNOPACHA tiene la virtud de conmovernos, nada queda en el aire, todo se pronuncia como un himno ancestral que hemos venido repitiendo silenciosamente desde siempre, por eso aquí la boca, su boca, se levanta como un fakir para lanzarlo como un graffiti posmo sobre la ciudad incendiada, sobre la ruta andes por donde acabo de circular al leer por quinta vez este maravilloso informe. Supongo que ni Oscar ni yo imaginamos ese lejano 2006, en Santiago de Chile, que nuestras literaturas iban a cruzarse, supongo que tampoco imaginó confiarme el primer volumen de su dOPING hISTÓRICO, yo empecé a seguirle la pista cuando editamos ANOMALÍAS (2006), ahora que tengo en mi poder PACHAS, el segundo volumen de su proyecto, confirmo, una vez más, el vigor de aquellos libros escritos con ese vino rojo que reclamaba Nietzsche.
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