viernes, 8 de mayo de 2009
Tantas veces Miguel Ruiz Effio.
miércoles, 29 de abril de 2009
El grito lanzallamas de Oscar Saavedra Villarroel. A propósito de Tecnopacha (Zignos, 2008)
Antes de leer un libro, suelo abrirlo al azar para ver si pese a ello en la página que lo detengo hay un verso o una frase que me mueva. Aplico la misma operación a todos, si no choco con ese verso o esa frase, lo cierro y olvido que reposa en alguno de los estantes de mi biblioteca. Supongo que es un defecto adquirido gracias a mi vicio por el juego. Cuando se trata de envíos de mis amigos, de libros inéditos que generosamente me confian, sucede casi lo mismo, avanzo con el cursor hasta el centro o el final, nunca me quedo en el inicio, y lo detengo ansioso para ver si aparece esa frase o ese verso. No es un hábito recomendable, menos si quien intenta aplicarlo pretende ser editor; yo me arriesgo. Ocurre que mis búsquedas no necesitan razones, sé lo que quiero leer, sé hasta dónde puedo acercarme con un libro.
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Ahora que la poesía comprometida, social o política es escasa, y lo publicado son estornudos bílicos (no bélicos), en su mayoría prosa, de escritores que se declaran radicales, y que los espacios por donde transitan se infectan con posiciones ideológicas de la peor izquierda (a veces ni eso), es casi un milagro encontrarse con un hallazgo como este: Les dije: tomen nomás. Yo pago hasta la corrupción. / Les regalé el poema capitalista; / les dije: ése es el poema del mundo. Se trata de TECNOPACHA (Editorial Zignos, 2008), el primer libro de poemas de Oscar Saavedra Villarroel (Santiago de Chile, 1977).
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TECNOPACHA es el primer volumen de un proyecto escritural político totalizante al que Oscar ha denominado dOPING hISTÓRICO, constituido por cinco libros cuyos nombres prometen: ESPUNKAS y PAISCIDIO, por citar a dos de ellos. Chile, que goza de una de las más vigorosas literaturas, tiene en poetas como De Rokha, Parra, Rojas, Millán y Zurita los referentes de la última poesía que novísimos como Diego Ramírez; Pablo Paredes, Rodrigo Gómez y Héctor Hernández, están escribiendo. Citaba con ellos una línea que hace suyo el discurso comprometido, se trata de escritores que no callan pese al filo de los sables con el que destajan sus ansias por otro modo de convivencia. No huyen a lo social, lo toman; no se refugian en sus dramas internos, los dotan de una lengua colectiva. Algo que en Perú no se lee desde la década de los noventa. Pasando por Romualdo, Valcárcel, Scorza, el primer Cisneros, Hinostroza, Hora Zero, kloaka y Neón.
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La pregunta es qué ha pasado para que en nuestro país no hallemos un solo verso de la última promoción de escritores que se duela del hedor que ha invadido nuestra escena y que por supuesto salpica a todos los estratos. Alberto Alarcón, el genial poeta piurano exige en uno de sus poemarios, que aún mantiene inédito: Haz de tu grito un lanzallamas. Señala el sitio de la podredumbre. Yo he tenido que ir hasta Santiago a escuchar el sonido de ese lanzallamas: Supe que la identidad no era sino un puñado de polvo / que casi era imposible soñar y escribir con las manos atadas por el aire.
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Hay poesía en nuestro país, poesía de primerísima factura, pero supongo que si bien hemos tenido nuestros muertos en la guerra contra los terroristas que se levantaron en nombre de Marx y Mao, ni siquiera la década siniestra de Alberto Fujimori ha sido suficiente baño de sangre para dolernos e involucrarnos en proyectos que trasciendan lo exclusivamente literario.
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En la última promoción de poetas chilenos la escritura política es casi su eje; desde posiciones homoeróticas como la poesía de Diego Ramírez hasta la casi militante (o activista) de Pablo Paredes, donde acaso eso que las cruza es el tono niño/fiera, niño/autista (pienso en La Ciudad Lucía de Paula Ilabaca) que perturba a cualquier ojo ávido por la sorpresa y el desgarro, o Grasa de Gómez, impecable manifiesto contra el vértigo y el tedio de los habitantes de la urbe.
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Me tiraron piedras cuando depositaron sus tarjetas en mi bolso. / Me tiraron corazones cuando les mostré una AFP / y lo que podrían hacer con sus dineros. / Me volvieron a tirar piedras cuando les dije: la solución está en la cabeza. / Me tiraron corazones cuando llegó la ambulancia / financiada por privados. Con esta crueldad que linda con lo irónico, Oscar Saavedra nos ubica frente a una cartografía sobre la que nos perdemos hasta chocar con nuestro propio reflejo.
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"Lo que TECNOPACHA busca en tanto libro, es la consecución del poema capitalista que como tópico aparece una y otra vez entre sus versos. La ironía está en que pese a su feroz crítica contra el Capital, nuestro poeta parece ser el único capaz de lograr ese poema. Y esa es la gran contradicción que siempre entraña la buena poesía." Señala Róger Santiváñez en el prólogo del libro.
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Sin ánimo de pontificar, estoy convencido que este libro es el primer documento que asume la lengua de esta Latinoamérica desgarrada y ansiosa que dice al fin lo exacto, a diferencia de otros intentos que se pierden con la piroctecnia de la retórica efectista. Por eso TECNOPACHA es un libro fundacional, con él recuperamos al poeta épico, al artista como crítico de su contexto. Derepente me metí en la fundación INTI que decía llamarse así / por ser los creadores de las vanguardias / y pregunté por las becas que nacían de los muertos. / Tienes que enviar un plan, una estrategia, me dijeron tan Gabys. / Agarré mi tan apreciado portafolios y lo vacié sobre sus venas mesas. / Les dije: tengo el talento quebrado de los sueños. / Sal de aquí Mapocho, me gritaron, sal de aquí pendejo oxigenado./ Y me marché como todo un indio oropelado, un neandertal / a las puertas del subdesarrollo.
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TECNOPACHA tiene la virtud de conmovernos, nada queda en el aire, todo se pronuncia como un himno ancestral que hemos venido repitiendo silenciosamente desde siempre, por eso aquí la boca, su boca, se levanta como un fakir para lanzarlo como un graffiti posmo sobre la ciudad incendiada, sobre la ruta andes por donde acabo de circular al leer por quinta vez este maravilloso informe. Supongo que ni Oscar ni yo imaginamos ese lejano 2006, en Santiago de Chile, que nuestras literaturas iban a cruzarse, supongo que tampoco imaginó confiarme el primer volumen de su dOPING hISTÓRICO, yo empecé a seguirle la pista cuando editamos ANOMALÍAS (2006), ahora que tengo en mi poder PACHAS, el segundo volumen de su proyecto, confirmo, una vez más, el vigor de aquellos libros escritos con ese vino rojo que reclamaba Nietzsche.
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martes, 20 de enero de 2009
DESIERTO, ROCÍO Y SILENCIO
realizado en diciembre en la ciudad de Valdivia.
En este breve itinerario, seguiré principalmente las ideas de Leopoldo María Panero de su ensayo “Sade o la imposibilidad”, en relación directa y oblicua con Bagual, este primer libro de Felipe Becerra Calderón que, debo confesar, he leído con pasión ya varias veces. Hechas estas aclaraciones paso a comentar.
En la película Hell Boy 2: el ejército dorado (2008), mientras se desarrolla una escena de acción, un aparente niño pequeño es cargado por su (también aparente) padre-demonio. El héroe rojo lo calma para que no se asuste, acto seguido el aparente púber le advierte que no es un niño, sino un tumor. Así como en Hell Boy 2 este “niño” imposible, ya citando a Panero, “rompe con la ley de la reciprocidad que incluye todo vínculo social”, en Bagual la locura de la madre descrita en la voz-tumor de los niños que no vivieron allí en 1980, que no vivieron en ningún pueblo ni en ningún desierto, subraya el asomo a la desaparición de todo lo narrado: “si nos escuchan decir cosas, no nos crean, eso no es verdad” nos dicen, justo antes de dar cuenta de cómo Rocío “se fue oscureciendo” hasta su “noche negra negra”.
Exceso en la voces de estos niños-monstruo nonatos concebidos por un ángel-monstruo (Rocío/rocío en el desierto), exceso subrayado por la austeridad del desierto, austeridad plagada de excedentes, de imposibles: espejismos, violencia y la nada, donde esta voz-tumor va también alucinando, superando el desierto y lo narrado en él, desnaturalizando lo real, el relato mismo. Así y todo el relato es relato y se constituye bajo la forma de un libro llamado Bagual, el relato existe en el lugar inexistente de la escritura, que es el habla que enmascara “la muerte por lo que todo existe” dice Panero. Estos niños-monstruo, sus voces, sus visiones, sus mentiras (su escritura), en tanto sueño de Rocío, en tanto escritura, en tanto alucinación febril son todavía permisibles.
Mientras el ritual secreto de Molina es la obsesión por registrarlo todo en su libro de guardia, como trinchera ante esa mancha, aquello que presiente y lo atemoriza, que en “un principio semejaba la silueta de insectos enormes”. Un acto de fe en el “triángulo de la ley”(Panero) basado en la sintaxis escrita, en ese hilito “que sirve a los hombres de sustituto, de cordón para asegurarse, sin lo cual no gozan, que la vieja madre está siempre tras ellos, mirándolos hacer falo”(Cixous). Ella, Rocío, vaga hacia lo imposible, no de otra escritura como querría Elene Cixous, sino al desborde en el ayuno (“el declive” como ella lo nombra, “la podredumbre” como ellos le llaman). El resabio de fe de Rocío son las voces de sus niños (sus fantasmas), violencia contra sí intento desesperado por levantar el vínculo perdido con el “Otro real”, como intento radical (porque no hay nada que perder) de superación de la violencia, de la muerte, “un gesto que, porque hace añicos el núcleo mismo de nuestra identidad, no puede aparecer sino como extremadamente violento” (Zizek, S).
Carlos y Rocío, desvinculados entre sí, renuncian al despropósito, porque el apenas resabio de fe desaparece ante el destino que es uno, ante el tormento que es uno. Carlos se rinde, espera a la mancha que “era un niño, de siete a ocho años, de la mano de un perro erguido sobre sus patas traseras”. Carlos se rinde, se deja llevar por el perro que canta en su locura que es también la de Rocío, lo que ella elige.
El temor que siente Rocío al mundo circundante, al modo aprendido de ser en él, se trocará en la renuncia a todo orden, desorden en ese (aparente) orden de violencia y muerte. Rocío será ahora quien ríe, el temor en los otros, el advenimiento de su locura, lo realmente imposible: el silencio, donde el cordón-hilito de la escritura no es lugar donde guarecerse, porque no hay lugar donde guarecerse en el silencio. Cito casi el final de Bagual:
“El silencio aquí es lo que más duele. Y tú lo sabes, madre. Por eso dinos cualquier cosa. Dinos al menos que tu lengua se ha hecho un nudo, Dinos que estás muda o muerta y que no quieres escucharnos. Pero dinos algo ahora, una palabra que alimente nuestra sangre, nuestra sangre que la ahoga este cordón y se nos pone más y más amoratada”.
(La Ligua, región de Valparaíso, Chile, 1979)
martes, 13 de enero de 2009
Fotos de la presentación de DESPERTANDO AL LEÓN DEL SUR de CALO
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Afiche de promoción en la puerta de ingreso al Jazz Zone.
Harold Alva, compartiendo sus apreciaciones sobre esta nueva carrera.
Gabriel Rimachi, desmenuzando capítulo por capítulo, ha prometido públicamente correr hacia León Dormido este verano. Hagan sus apuestas. Calo en el micrófono. Úrsula, su esposa, feliz al frente lo miraba hipnotizada. Calo, leyendo un capítulo de DESPERTANDO AL LEÓN DEL SUR. Rimachi, atento.
Harold, de pie en el micrófono, antes de levantar su copa para brindar por este regreso.
Nuestro autor, rodeado de sus hinchas quienes hicieron cola para llevarse un autógrafo. Calo firmando autógrafos. Firmó varias decenas de libros. Nosotros le preguntamos si le dio calambre, él jura que no.
El grupo en pleno, Florcita después de anunciar lo que vendría en la noche, Harold, Miguel Ruiz Effio, el autor de La habitación del suicida, Calo, abrazando a Úrsula, su esposa; Roxana, personaje cómplice de la ruta del león y, Gabriel Rimachi Sialer.
lunes, 12 de enero de 2009
NO VALES UNA BALA de MICHAEL JIMÉNEZ MELCHOR
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Héctor Ñaupari
Karina Valcárcel
Michael Alberto Jiménez Melchor. Lima 1981. Además de criar gatos, escribe para no darle gusto a la tristeza. Radica en Villa el Salvador, esquina desde donde nos ataca con sus versos y reseñas a través de su bitácora:
http://www.angelesdelpapel.blogspot.com .
No vales una bala es su primera publicación.
lunes, 5 de enero de 2009
Jueves 8 de enero: DESPIERTA EL LEÓN
EDITORIAL ZIGNOS lo invita a la presentación de la novela DESPERTANDO AL LEÓN DEL SUR, primera obra de Carlos Martín Campos Aboado (Calo). Los comentarios estarán a cargo de los escritores Harold Alva, director fundador de Editorial Zignos y Gabriel Rimachi Sialer, director de Editorial Casatomada. Modera: Flor Béjar Bustamente, directora de Zignos. Dicho acto se realizará el jueves 8 de enero de, presente en las instalaciones del Jazz Zone, ubicado en Av. La Paz 656, Altos, Miraflores. Lima. A horas 7:00 p.m. Lo esperamos.
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Carlos Martín Campos Aboado (Calo). Lima, 1969. Ingeniero, egresado de la Universidad Particular Ricardo Palma. Ha trabajado en Perú, durante 15 años, en empresas de la industria de las telecomunicaciones. Desarrolló su interés por escribir desde sus épocas universitarias, a través de sus diarios personales mientras hacía campamentos, excursiones y viajes al interior o exterior del país. Fue piloto privado del Aeroclub de Collique (Lima), donde también practicó el paracaidismo. Es corredor aficionado a las carreras de fondo (maratones). Desde la práctica de esta actividad, nace Despertando al León del Sur, su primera novela.
sábado, 27 de diciembre de 2008
LA PRIMERA NOVELA DEL ALGO QUE SE TERMINA
Decir que cada obra deslumbrante es un nuevo género es acá un lugar común, pero definitivamente lo es. No tengo en la memoria haber leído una novela así escrita por alguien tan joven. Sólo me queda seguir confirmando que esta nueva generación de poetas y algunos narradores post2000 traen un nuevo aire y una nueva distancia con respecto al mismo quehacer literario.
La miseria de la narrativa chilena postdictadura queda aquí ejemplificada hasta un nivel en que se confunde la vergüenza ajena y el furor de estar frente a un texto que no sólo logra una escritura impecable, sino que además pone en tensión la tan de moda ciencia ficción chilensis, en la cual muchos han visto un nuevo nicho del mercado editorial.
Con esto no quiero encasillar a Bagual, ni siquiera me atrevería a exponerla como novela, sino que como el género en sí mismo que es la ficción. Así, sin más. Ficción que tanto Felipe como yo sabemos es un intermezzo para que la escritura cobre vida y nos narre el grado cero de su desaparición.
Dividida en 20 apartados, Bagual comienza con un arácnido coro de voces abortadas desde el infierno mismo que es haber perdido la esperanza, y es desde allí que empieza a construirse a Roció, imagen fantasmal de una inquieta mujer que cruzará su vida con Carlos Molina, el joven teniente de Carabineros trasladado a Huara en el norte chileno. Allí una serie de hechos comenzarán a inquietar a los personajes como a quien lee, pues en ese desierto, límite entre la civilización y la nada, el delirio interior se convertirá en un nuevo paisaje que esta vez será un límite entre la barbarie y el devenir animal de quienes allí viven.
Uno de los ejes de la narración es el hecho de que Rocío aprende a manejar y se desplaza en ese limbo, en ese bestiario sicológico de cada uno de los personajes que poco a poco van apareciendo. Luego, una película que ven es el detonante para que ese viaje se torne hacia dentro de sí. “El Planeta Rojo” era el nombre del filme, y es en esta proyección en que los mundos se trastocan y ya no se sabe que es el allá y el acá.
No adelantaré más de la historia porque a algunas personas les gusta irse asombrando con los sucesos, pues creen que existe la progresión. Yo insisto, en especial, con este tipo de obras que el final y el principio son meras casualidades, y que todo lo que en literatura se dice existió, existe o existirá.
No quiero dejar de decir otra vez la profunda conmoción que me produjo este libro, más bien una especie de desconcierto ante una ficción brillantemente construida desde sus territorios, sus diálogos, sus desvíos y desvaríos. Felipe Becerra se pone a la cabeza de algo, no sé de qué, pero eso lo responderán mañana nuestros antepasados lectores.