viernes, 14 de noviembre de 2008

Tecnopacha y la memoria degradada

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Greta A. Montero Barra
(Presentación de Tecnopacha -Editorial Zignos, 2008- Universidad de Concepción)
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“Los personajes del cyberpunk clásico son seres marginados, alejados, solitarios, que viven al margen de la sociedad, generalmente en futuros distópicos donde la vida diaria es impactada por el rápido cambio tecnológico, una atmósfera de información computarizada ubicua y la modificación invasiva del cuerpo humano.” Lawrence Person.
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Óscar Saavedra nos presenta un libro que desde su nombre (Tecnopacha) nos evidencia una relación de visiones heterogéneas; un libro del mestizaje de significantes y formas de vida en hábitats disímiles, pero coexistentes, y una identidad socialmente borroneada, escamoteada, donde su principal fuente de referencias descansa en la alusión al cuerpo de las topografías de Chile y Latinoamérica. Todo esto desde una estética de lo retro, lo etno, lo metal, lo folk, lo punk, sudaka y, sobre todo, el cyberpunk, como el subgénero de la ciencia ficción, en cuanto a la homología con los modelos de las grandes urbes del primer mundo del high techh low life (literalmente: alta tecnología, bajo nivel de vida), que mantiene en la máxima indefensión a las masas de pobladores de la periferia.
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Es una poética que juega, dentro de los espacios degradados del cuerpo colectivo de las ciudades, con el estereotipo de las ideologías totalizantes, el marketing y la farándula, en una odisea del delirio que se orienta a desmantelar sus discursos ad-hoc, entre otras cosas.
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Tecnopacha puede ser descrito de tantas maneras como lo son las relaciones con la historia y la territorialidad que nos presenta su hablante. Encierra tanto una búsqueda de una tierra nueva, así como el intento por definir y describir un hábitat que se vuelve escurridizo y ambiguo. Es, por lo demás, un esfuerzo del Homo sapiens sapiens posmoderno neandertalizado que tiene tanto de fractal como de caótico, en su afán por reconstruir una memoria desfigurada.
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Los ojos del poeta son vitrinas de este mundo subterráneo en que vegetamos bajo máscaras o caretas, esculpido en base a ficciones y sobre-realidades. Esta función distractora y de ocultamiento que el texto expresa tiene su base en la lúcida capacidad de una poética que nos muestra, nos pone cara a cara con nuestra condición y pertenencia a una sociedad tercermundista, característica de los países de América Latina.
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Aquí se exhibe, entonces, un carnaval que entremezcla las esferas de lo diverso y lo posible. Encontrando material poético en la ideología económica y social capitalista, en la tradición que resguarda la pacha mama y en la vertiente socialista revolucionaria, que llegan a ser aunadas, por ejemplo, en la expresión Bolchevique Emotion. Advertimos, en definitiva, los retazos de un mundo laberíntico que todos somos capaces de reconocer, sin límites ni fronteras, pero cruzado, a su vez, por hombres y mujeres tan limitados como fronterizos. Tecnopacha es tanto una burla a los grandes metarrelatos del canon convencional, así como una sátira de los bien amados de la poesía universal y de las formas de hacer política, cultura y sociedad. Es la exposición, sin medias tintas ni tabúes, conscientemente pornográfica de la historia nacional, basada en el subyacente de una memoria colectiva a través de la TV, cuyas huellas las podemos detectar en el discurso de lo público, erosionado por el doble estándar y enmascaramiento de lo privado, de la mano de otros encantamientos varios. Estamos, en consecuencia, frente a una escritura crítica ante la vanidad humana, el despotismo y el funcional olvido social, muy conveniente por lo demás, para seguir inmersos sin contrapeso dentro del actual modelo socio-económico que padecemos.
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Leemos:
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en esta ciudad sin nombre,
les dije a sus habitantes: «he aquí lo que les puedo ofrecer».
Me tiraron piedras. Me gritaron neoliberal.
Me encasillaron en un demente anárquico
(según los contextos en donde anduve).
A los veintitrés años supe lo que era parir sin útero,
dejar sin semen mis testículos.
Supe que no quería descendencia,
que solamente la fama me haría símil
a una estrella hollywoodense
de la historia de vuestras histerias.
En: [Lectura visual/ visceral de mi valle]
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Óscar Saavedra no es uno de esos poetas autistas tras un afán totalizador ni mucho menos integrador. El suyo es, más bien, un texto de las evidencias (de lo que hay nomás pareciera decir, lo que tenemos) que crea hábitats, enclaves, al mismo tiempo que crítica una memoria de alucinógeno en una tierra anoréxica, como se menciona en varios poemas. Los Pachas son personajes, habitantes de la tribu del mundo; es decir, refracciones del colectivo. El país (Chile) es una institución, donde las Intis pueden formar parte de su “panóptica” u organismo disciplinar como cualquier otro elemento. El territorio es aquí un cuerpo fracturado, cuyos miembros están tan repartidos por las cloacas del Mapocho Center como dispersos por las urbes del mundo occidental. El poeta escribe sus versos sobre rocas de cemento y nos habla de un capitalismo moralizante y desquiciado:
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Me quedé ahí, pensando que la tribu leería lentamente las rocas
de mis ideas. Entonces me puse a escribir el poema capitalista,
el poema que sería regalado por las calles como un nuevo
corazón, como una nueva tierra ingerida por los ojos y los labios
llameantes de la luna.
(p.44)
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Respecto a su visión de la Historia, el poeta, al igual como lo hace Gabriela Mistral en su ensayo “Breve descripción de Chile”, hace una relación de la historia del país contándonos sobre su geografía (tierra y paisaje). Sin embargo, lo que para ella significa evidenciarla mesiánicamente como la creación a cargo de unos pocos, para el hablante de Tecnopacha significa la expresión de la base narcótica de un reaccionario nacionalismo.
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La visión de América nos recuerda, en la idea de “una nueva tierra”, el siempre acariciado, pero también escupido sueño americano; nos retrotrae a la antigua representación de América como el paraíso y la bíblica tierra prometida. Es la latente esperanza de construir una nueva memoria colectiva y, en consecuencia, hacernos partícipes de una identidad mestiza que en nuestro día a día continúa siendo borroneada, desvirtuada, desdibujada y que, por eso mismo, representa, como se explicita en la expresión de varios versos, “El ethos maldito de mi valle”, como parte del ser mismo del hombre.
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La América de Óscar Saavedra configura muchas cosas a la vez: una puta, un travestido, un carnaval, una sirvienta sudaka-burguesa, un valle, una tierra sin nombre, un origen denostado, una descendencia difusa, un huérfano, una mujer con anorexia. Todas aluden al espacio de vasallaje inconsciente de un continente y, sobre todo, a un país que comparte con otras zonas del tercer mundo su pobreza, como los países de África, Calcuta y los barrios bajos del Bronx. Esto nos recuerda el epígrafe de Giusseppe Ungarretti con que comienza este libro de poemas: “Busco un país inocente”. Ese país que, contrapuesto a la frecuente expresión de Paiscidio, simboliza la idea de una tierra nueva, de una nueva pacha.
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En definitiva, decir Tecno-Pacha, es decir Territorio, hábitat de los desesperados o hábitat de los hombres que han perdido el territorio en un mundo que cree que lo tiene todo.
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Noviembre del 2008
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En la foto: poeta Oscar Saavedra Villarroel

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