miércoles, 19 de noviembre de 2008

En la ruta del LEÓN DEL SUR

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La semana pasada terminamos de editar DESPERTANDO AL LEÓN DEL SUR de CALO (Carlos Martín Campos Aboado), una novela para atletas, para tentar una carrera a quienes disfrutan corriendo. Calo es ingeniero, sin embargo, gracias a este deporte sacó al escritor que vivía consigo y ahora nos presenta este testimonio que hará meditar a quienes lo lean, a quienes encuentren en sus páginas la ruta que en su interior todavía permanece como una travesía inédita. Y como editar un libro no termina con recogerlos del taller, esta semana empezamos con el segundo paso: la distribución, lo chévere estuvo en que no salimos solos, sinó acompañados por Úrsula, la esposa de Calo y Roxana, su cuñada, personajes principales de su novela, entonces si editar un libro, sin conocer físicamente al escritor (Calo reside en París), por las buenas energías en la conversación vía correo, te hace sentir bien; distribuirlo acompañado por sus personajes es una sensación indescriptible. Los que quieran correr estos kilómetros, DESPERTANDO AL LEÓN DEL SUR, ya está en las siguientes librerías: Commentarios, del centro de Lima, jr. Ica, La Casa Verde y El Virrey, de Dasso, Crisol, Época y Fondo de Cultura Económica del óvalo Gutiérrez, en todas las Zeta Bookstore de Lima, Ksa Tomada, Av. Conquistadores (San Isidro), e Íbero de Diagonal (Berlín), Miraflores. A las pruebas me remito.
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Úrsula Bello, esposa de Calo, con Flor Béjar Bustamante, Directora de Zignos. En El Virrey de Miguel Dasso.
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Úrsula y Florcita en Crisol, del óvalo Gutiérrez.

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Úrsula y Roxana (escribe poesía) en Ksa Tomada.

Fotos: Harold Ava

lunes, 17 de noviembre de 2008

La gira de TECNOPACHA (Editorial Zignos, 2008) del poeta Andesground OSCAR SAAVEDRA VILLARROEL (Santiago de Chile, 1976)

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TECNOPACHA, el primer poemario del poeta Oscar Saavedra Villarroel, forma parte de su proyecto dOPING hISTÓRICO, compuesto por cinco volúmenes, que será publicado peródicamente por nuestro sello editorial, ha viajado sobre su caballo moto (Saavedra dixit), en una gira por descentralizar la cultura en Chile, consecuente con su posición de poeta andesground, Oscar está sellando con este libro comprometido, una travesía que estamos seguros abre nuevas puertas en el panorama de la poesía latinoamericana última.
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Nuestro poeta en la feria del libro de Santiago de Chile.
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Milton Leiva, uno de los más entusiastas promotores de Tecnopacha, reposando junto al poemario en plena travesía.
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El poeta Oscar Saavedra, en una de las primeras presentaciones de su libro, como quien demuestra que más allá del golpe, los poetas también guardan lugar para la risa.
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Aquí una joven posando sonriente con Oscar.
.En firma de autógrafos.

. Presentación de Tecnopacha en la Universidad de Concepción.

. Greta Montero presentando TECNOPACHA en la Universidad de Concepción.

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Cristián Lagos en el Centro Cultural El Artefacto.

. En trance poético, en el Centro Cultural El Artefacto.

. TECNOPACHA en el Festival de Yungay. (Chile)

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sábado, 15 de noviembre de 2008

DESPERTANDO AL LEÓN DEL SUR de CALO

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Carlos Martín Campos Aboado (Calo). Lima, 1969. Ingeniero, egresado de la Universidad Particular Ricardo Palma. Ha trabajado en Perú, durante 15 años, en empresas de la industria de las telecomunicaciones. Desarrolló su interés por escribir desde sus épocas universitarias, a través de sus diarios personales mientras hacía campamentos, excursiones y viajes al interior o exterior del país. Fue piloto privado del Aeroclub de Collique (Lima), donde también practicó el paracaidismo. Es corredor aficionado a las carreras de fondo (maratones). Desde la práctica de esta actividad, nace Despertando al León del Sur, su primera novela.
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Un lector busca encontrarse en toda historia, es inconsciente, siempre es así. Cuando inicié mi carrera sobre los kilómetros de DESPERTANDO AL LEÓN DEL SUR, no intuí cuán certero sería el mensaje, las pistas, las señales que harían de este acto una especie de meditación para reencontrarme conmigo. Puedo afirmar que se trató del libro necesario y correcto en el momento adecuado. Ahora, recorridos sus sesenta kilómetros, aprendido el lenguaje de los pájaros marinos –con el que inicia y termina la narración– confirmo que la literatura no descansará nunca en su afán por conducirnos, más allá de la intención de los autores, por una ruta que, como aquí, estará ligada al deseo de alcanzar una meta. La vida finalmente es eso: un objetivo cuyo sentido radica en trascenderla para derrotar a la muerte. Estoy seguro que aquellos que se atrevan a despertar al león del sur, acudirán a ese kilómetro 20 de donde partió Calo para, por qué no, escribir su propia historia.

Harold Alva

viernes, 14 de noviembre de 2008

Tecnopacha y la memoria degradada

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Greta A. Montero Barra
(Presentación de Tecnopacha -Editorial Zignos, 2008- Universidad de Concepción)
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“Los personajes del cyberpunk clásico son seres marginados, alejados, solitarios, que viven al margen de la sociedad, generalmente en futuros distópicos donde la vida diaria es impactada por el rápido cambio tecnológico, una atmósfera de información computarizada ubicua y la modificación invasiva del cuerpo humano.” Lawrence Person.
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Óscar Saavedra nos presenta un libro que desde su nombre (Tecnopacha) nos evidencia una relación de visiones heterogéneas; un libro del mestizaje de significantes y formas de vida en hábitats disímiles, pero coexistentes, y una identidad socialmente borroneada, escamoteada, donde su principal fuente de referencias descansa en la alusión al cuerpo de las topografías de Chile y Latinoamérica. Todo esto desde una estética de lo retro, lo etno, lo metal, lo folk, lo punk, sudaka y, sobre todo, el cyberpunk, como el subgénero de la ciencia ficción, en cuanto a la homología con los modelos de las grandes urbes del primer mundo del high techh low life (literalmente: alta tecnología, bajo nivel de vida), que mantiene en la máxima indefensión a las masas de pobladores de la periferia.
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Es una poética que juega, dentro de los espacios degradados del cuerpo colectivo de las ciudades, con el estereotipo de las ideologías totalizantes, el marketing y la farándula, en una odisea del delirio que se orienta a desmantelar sus discursos ad-hoc, entre otras cosas.
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Tecnopacha puede ser descrito de tantas maneras como lo son las relaciones con la historia y la territorialidad que nos presenta su hablante. Encierra tanto una búsqueda de una tierra nueva, así como el intento por definir y describir un hábitat que se vuelve escurridizo y ambiguo. Es, por lo demás, un esfuerzo del Homo sapiens sapiens posmoderno neandertalizado que tiene tanto de fractal como de caótico, en su afán por reconstruir una memoria desfigurada.
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Los ojos del poeta son vitrinas de este mundo subterráneo en que vegetamos bajo máscaras o caretas, esculpido en base a ficciones y sobre-realidades. Esta función distractora y de ocultamiento que el texto expresa tiene su base en la lúcida capacidad de una poética que nos muestra, nos pone cara a cara con nuestra condición y pertenencia a una sociedad tercermundista, característica de los países de América Latina.
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Aquí se exhibe, entonces, un carnaval que entremezcla las esferas de lo diverso y lo posible. Encontrando material poético en la ideología económica y social capitalista, en la tradición que resguarda la pacha mama y en la vertiente socialista revolucionaria, que llegan a ser aunadas, por ejemplo, en la expresión Bolchevique Emotion. Advertimos, en definitiva, los retazos de un mundo laberíntico que todos somos capaces de reconocer, sin límites ni fronteras, pero cruzado, a su vez, por hombres y mujeres tan limitados como fronterizos. Tecnopacha es tanto una burla a los grandes metarrelatos del canon convencional, así como una sátira de los bien amados de la poesía universal y de las formas de hacer política, cultura y sociedad. Es la exposición, sin medias tintas ni tabúes, conscientemente pornográfica de la historia nacional, basada en el subyacente de una memoria colectiva a través de la TV, cuyas huellas las podemos detectar en el discurso de lo público, erosionado por el doble estándar y enmascaramiento de lo privado, de la mano de otros encantamientos varios. Estamos, en consecuencia, frente a una escritura crítica ante la vanidad humana, el despotismo y el funcional olvido social, muy conveniente por lo demás, para seguir inmersos sin contrapeso dentro del actual modelo socio-económico que padecemos.
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Leemos:
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en esta ciudad sin nombre,
les dije a sus habitantes: «he aquí lo que les puedo ofrecer».
Me tiraron piedras. Me gritaron neoliberal.
Me encasillaron en un demente anárquico
(según los contextos en donde anduve).
A los veintitrés años supe lo que era parir sin útero,
dejar sin semen mis testículos.
Supe que no quería descendencia,
que solamente la fama me haría símil
a una estrella hollywoodense
de la historia de vuestras histerias.
En: [Lectura visual/ visceral de mi valle]
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Óscar Saavedra no es uno de esos poetas autistas tras un afán totalizador ni mucho menos integrador. El suyo es, más bien, un texto de las evidencias (de lo que hay nomás pareciera decir, lo que tenemos) que crea hábitats, enclaves, al mismo tiempo que crítica una memoria de alucinógeno en una tierra anoréxica, como se menciona en varios poemas. Los Pachas son personajes, habitantes de la tribu del mundo; es decir, refracciones del colectivo. El país (Chile) es una institución, donde las Intis pueden formar parte de su “panóptica” u organismo disciplinar como cualquier otro elemento. El territorio es aquí un cuerpo fracturado, cuyos miembros están tan repartidos por las cloacas del Mapocho Center como dispersos por las urbes del mundo occidental. El poeta escribe sus versos sobre rocas de cemento y nos habla de un capitalismo moralizante y desquiciado:
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Me quedé ahí, pensando que la tribu leería lentamente las rocas
de mis ideas. Entonces me puse a escribir el poema capitalista,
el poema que sería regalado por las calles como un nuevo
corazón, como una nueva tierra ingerida por los ojos y los labios
llameantes de la luna.
(p.44)
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Respecto a su visión de la Historia, el poeta, al igual como lo hace Gabriela Mistral en su ensayo “Breve descripción de Chile”, hace una relación de la historia del país contándonos sobre su geografía (tierra y paisaje). Sin embargo, lo que para ella significa evidenciarla mesiánicamente como la creación a cargo de unos pocos, para el hablante de Tecnopacha significa la expresión de la base narcótica de un reaccionario nacionalismo.
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La visión de América nos recuerda, en la idea de “una nueva tierra”, el siempre acariciado, pero también escupido sueño americano; nos retrotrae a la antigua representación de América como el paraíso y la bíblica tierra prometida. Es la latente esperanza de construir una nueva memoria colectiva y, en consecuencia, hacernos partícipes de una identidad mestiza que en nuestro día a día continúa siendo borroneada, desvirtuada, desdibujada y que, por eso mismo, representa, como se explicita en la expresión de varios versos, “El ethos maldito de mi valle”, como parte del ser mismo del hombre.
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La América de Óscar Saavedra configura muchas cosas a la vez: una puta, un travestido, un carnaval, una sirvienta sudaka-burguesa, un valle, una tierra sin nombre, un origen denostado, una descendencia difusa, un huérfano, una mujer con anorexia. Todas aluden al espacio de vasallaje inconsciente de un continente y, sobre todo, a un país que comparte con otras zonas del tercer mundo su pobreza, como los países de África, Calcuta y los barrios bajos del Bronx. Esto nos recuerda el epígrafe de Giusseppe Ungarretti con que comienza este libro de poemas: “Busco un país inocente”. Ese país que, contrapuesto a la frecuente expresión de Paiscidio, simboliza la idea de una tierra nueva, de una nueva pacha.
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En definitiva, decir Tecno-Pacha, es decir Territorio, hábitat de los desesperados o hábitat de los hombres que han perdido el territorio en un mundo que cree que lo tiene todo.
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Noviembre del 2008
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En la foto: poeta Oscar Saavedra Villarroel

jueves, 13 de noviembre de 2008

EL REALISMO TRÁGICO DE ALAN MILLS

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Escribe: José Córdova
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Gabriel García Márquez había considerado que el «realismo mágico» era la única forma de trasladar fielmente la realidad latinoamericana a la escritura, ya que lo «mágico», según él, —aunado, además, a lo «barroco»— sirven para que una obra literaria —en este caso la de Gabo— sea verosímil, es decir, que la narración sea tan o más real, desde el punto de vista de que lo real, “tiene existencia verdadera y efectiva”.

Sin embargo, hubo una generación posterior que pensó que esta escritura «real maravillosa» de García Márquez no era definitivamente verosímil, ya que en las mismas narices de Macondo, existía un país ensangrentado en la violencia, tanto por parte del mismo Estado como por las Fuerzas Armadas y el terrorismo, la que aunada al narcotráfico y ésta, a su vez, a la miseria, el pandillaje y el sicarismo de las grandes urbes, hacían, no sólo de Colombia, sino también de casi toda Centroamérica continental, un territorio sangriento y terrible, casi imposible para seguir habitándola.

Es así que los nuevos escritores (como el colombiano Gustavo Bolívar) crearon lo que luego llegó a conocerse en la literatura latinoamericana como «realismo trágico» —aquí, literatura de los años de la «violencia política»—, pues ésta estaba totalmente desligada de esa excesiva verbosidad, y sin los efectos dramáticos con los que se subrayaba, en las antiguas novelas, lo que se pretendía trágicamente superior, puesto que en sí, lo trágico (violencia, y sólo violencia), finalmente, era el asunto que el novelista del «realismo trágico» quería retratar en su obra.

Y es desde esta perspectiva que Alan Mills (Guatemala, 1979) —utilizando los recursos del lenguaje popular y una «retórica callejera»—, nos da cuenta de la “realidad” de su país y parte de los extramuros centroamericanos (como la frontera mexicana por ejemplo): «me violaron pero quién me va a creer, pinche puta que soy, me levantan, conmigo está su purrún, su chinique, en este pellejo les gusta divertirse y apagar sus cigarritos, en serio que siempre me sentí fea, bien hecha mierda, y ahora estos cabrones viene a decirme: mire manaíta usté tranquila, en gustos se rompen géneros y en petates buenos culos, ve qué de ahuevo, por tanto daño apenas y me acuerdo de lo que decían, […] cómo miarde adentro, igual yo sólo les aviso que ya estoy panzona, cerotes, y que a este hijo le voy a poner carlos julián porque son los dos nombres que recuerdo: dale duro julián, pasala carlos, hacela mierda, te toca julián, sí, dos nombres nomás, pero yo sé que sus tatas fueron al menos cinco, tal vez seis chantes culeros, ay, noche más pisada, si los miro me los quiebro, juro que nunca voy a dejar que te digan hijo de la gran puta, no mijo, no mi carlos julián (p. 10)».

Y es también con esta impronta coloquial, latente en casi todo el libro, que Mills pretende ser cosmopolita —y posmoderno a la vez— para, sólo así, poder comunicarnos el retrato de una realidad social absolutamente violentísima e inhumana. No en vano el filósofo argentino Tomás Abraham postuló el concepto de «realismo trágico para dar una idea del modo en que los nuevos tiempos incidían en la conducta de la gente»; y, puesto que este «realismo moderno no depende de dioses, sino que es un realismo del cálculo de las cosas, pero con un perito mercantil alado (T. Abraham)», —es decir, del libre mercado con su ángel salido de ese capitalismo salvaje del que hablan los marxistas— el discurso trasciende, justamente en una postura casi sociológica más que literaria.

Ahora bien, dado que «los nuevos sujetos del poder son los capitales (Ibíd.)», al fondo siempre quedan los excluidos, los sin tierra, los que no tienen casa ni palabra, y, sobre todo, los inocentes; por eso Mills nos dice: «conozco otro pueblo, uno donde los niños ríen al caer la noche, están bien muertos pero risa y risa, travesiean con los chuchos que nunca tuvieron, se han echado encima una sábana de tierra que saben quitarse para soltar sus barriletes etéreos […]; sólo el ruido interpretaría con soltura la cantidad de silencio que expele una aldea fantasma, por eso la risa confiada de los niños al anochecer, por eso juegan entre el limo y no miran su sangre, esto va a persistir, nuestro destino es manifiesto, lo dice con llanto el Corazón del Cielo (p. 11)».

De ahí que, dejando todo atisbo de artificio metafórico, y por comedido que este ejercicio sea, el poeta utiliza atajos de rudeza, para que, de esta manera, no se altere la traumática realidad que crudamente evoca: «una tarde hermosa, afuera, en la pila de lavar, miré sin querer a cierto pariente mío ultrajando a la muchacha que enjuagaba la ropa, quedé paralizado, iluso quise imaginar algún alivio para ella, no era mucho el ruido, su boca mordía un trapo medio mojado que irradiaba dolientes burbujas engarzándose desde ahí hasta los cielos más desconocidos (p. 20)».

Sólo así, —en esta (y con esta) violencia explícita—, el poeta logra obtener una “pérdida repentina del conocimiento y de la sensibilidad” para postular un origen, es decir, referirse al sexo, (en un proceso de degeneración, en todas sus manifestaciones, tanto consentida como forzada) como una constante primigenia de la violencia, como si a través de él se engendrara todo atisbo de violencia; por ello el sexo se vuelve un trauma: «esas mujeres con sus vulvas chispeantes: flores del mal para este ensueño que muere (p. 21)», del que uno no prevé consecuencias: «por donde debiera pasar el tren no anda tren ninguno, ahí más bien desfila la sífilis, el vih, las diosas del papilomas y demás, ningún piano blanco en esas casuchas de orillera, ningún libro de cabecera para estos galpones polvosos, nuestros vagones abandonados anuncian que nos fracasó el hierro y de noche me siento ciudad no realizada transpirando a través de las llagas de sus putas, esqueleto vacío de volarse en su carne perdida (p. 14)». Es así como desde el inicio del texto hay una especie de autoinculpación: «me voy manchando, cualquiera diría esta noche no floreceré, toda calentura ingresa por un halo de luz desvanecida, tal música oscura y genética, mi situación presente no permite que me conmueva, iré sin freno hasta el fondo, cómo no voy a desear este desahogo si me enredo en la dislalia, quiero un habla, esta tensión es la única cosa que se suaviza en la medida del viaje (p. 9)», la misma que junto a todas estas imágenes truculentas de este «extraordinario poema de una violación permanente y, a la vez, una de las muestras más feroces y alucinadas de la gran poesía latinoamericana de hoy (Raúl Zurita)» descritas en 19 páginas terminan por enfermar, digamos traumar, mentalmente al protagonista: «doctor, doctor, / voy a contarle algunas cosas, / COSITAS / que quisiera olvidar pero no puedo (p. 29)».
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Alan Mills

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Síncopes, 36 pp./ Alan Mills / Lima, Editorial Zignos, 2007

Fuente: http://latorredelasparadojas.blogspot.com/2008/11/el-realismo-trgico-de-alan-mills.html