sábado, 27 de diciembre de 2008

LA PRIMERA NOVELA DEL ALGO QUE SE TERMINA

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Presentación de Bagual (Lima: Zignos, 2008)
de Felipe Becerra Calderón
Por Héctor Hernández Montecinos
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Recuerdo el momento exacto que leí por primera vez esta novela, la fecha la olvidé, entonces debiera decir que no es el momento exacto sino que la sensación absolutamente desoladora que me provocó su lectura. Y esto fue lo que escribí aquella vez:
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“Si se inventara un género literario paralelo al de la ciencia ficción sería justamente el que inaugura Bagual de Felipe Becerra Calderón, puesto que aquí no se busca resolver una incógnita, una equis, como lo haría el método científico, sino que justamente la propone a modo de territorio escindido y cuerpo espectral. Ni Comala, ni el suelo marciano de Bradbury me habían parecido tan escalofriantes como ahora, luego de leer esta novela, pues ya sabíamos que en el norte de Chile, quizá en todos los nortes del mundo, cosas extrañas suceden, desapariciones y apariciones, guerras imaginarias, tráfico de lo impensable, pero todo eso no había tomado un cuerpo literario tan extremadamente bien descrito, con una prosa finísima, certera y la creación de un imaginario, un mundo completo de cabezas con la soltura y delicadeza como la de esta novela. Todos nuestros miedos aquí están retratados como hace mucho tiempo un escritor de poco más de veinte años no nos había sorprendido. ¿Será esta la primera novela de una novísima generación de narradores chilenos? Lo más probable es que sí, y no son los Bolañitos, como algunos críticos de mala fe querrán ver o como muchos de los sobrevalorados narradores actuales que se cuelgan del anecdotario bolañesco, sino que justamente estas nuevas escrituras releen de Chile a Emar, Droguett y lo más poético de Donoso y Eltit, y de afuera a Osvaldo Lamborghini, Oswaldo Reynoso, Reinaldo Arenas, entre muchos otros, pero con un paisaje escritural delirante y maravilloso que nuevamente la narrativa de hoy podría volver al ejercicio y oficio de su escritura como lenguaje de sí y no al aprovechamiento con que las ráfagas del mercado y las transnacionales editoriales han querido aprovechar con la celebración de novelitas de poco voltaje, simplonas, rastreras, típicas, cobardes y sobretodo humilladas literaria y éticamente por las escrituras de la disidencia neoliberal como esta”
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La leí en un día, y escribí las líneas anteriores. No pude soltarla, ella no me pudo soltar a mí, ninguno de sus personajes me dejó continuar lo que tenía que seguir haciendo. Soñé con la novela, y quizá confunda mi sueño con la propia novela. Se me ocurre que eso sólo lo pueda lograr una obra de la envergadura de Bagual de Felipe Becerra, escrita alrededor de sus veinte años. Este autor más que merecidamente premiado construye un libro que no me da miedo situar como lo primero de algo que aún no sé muy bien lo que es.
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Decir que cada obra deslumbrante es un nuevo género es acá un lugar común, pero definitivamente lo es. No tengo en la memoria haber leído una novela así escrita por alguien tan joven. Sólo me queda seguir confirmando que esta nueva generación de poetas y algunos narradores post2000 traen un nuevo aire y una nueva distancia con respecto al mismo quehacer literario.
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La miseria de la narrativa chilena postdictadura queda aquí ejemplificada hasta un nivel en que se confunde la vergüenza ajena y el furor de estar frente a un texto que no sólo logra una escritura impecable, sino que además pone en tensión la tan de moda ciencia ficción chilensis, en la cual muchos han visto un nuevo nicho del mercado editorial.
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Con esto no quiero encasillar a Bagual, ni siquiera me atrevería a exponerla como novela, sino que como el género en sí mismo que es la ficción. Así, sin más. Ficción que tanto Felipe como yo sabemos es un intermezzo para que la escritura cobre vida y nos narre el grado cero de su desaparición.
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Dividida en 20 apartados, Bagual comienza con un arácnido coro de voces abortadas desde el infierno mismo que es haber perdido la esperanza, y es desde allí que empieza a construirse a Roció, imagen fantasmal de una inquieta mujer que cruzará su vida con Carlos Molina, el joven teniente de Carabineros trasladado a Huara en el norte chileno. Allí una serie de hechos comenzarán a inquietar a los personajes como a quien lee, pues en ese desierto, límite entre la civilización y la nada, el delirio interior se convertirá en un nuevo paisaje que esta vez será un límite entre la barbarie y el devenir animal de quienes allí viven.
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Uno de los ejes de la narración es el hecho de que Rocío aprende a manejar y se desplaza en ese limbo, en ese bestiario sicológico de cada uno de los personajes que poco a poco van apareciendo. Luego, una película que ven es el detonante para que ese viaje se torne hacia dentro de sí. “El Planeta Rojo” era el nombre del filme, y es en esta proyección en que los mundos se trastocan y ya no se sabe que es el allá y el acá.
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No adelantaré más de la historia porque a algunas personas les gusta irse asombrando con los sucesos, pues creen que existe la progresión. Yo insisto, en especial, con este tipo de obras que el final y el principio son meras casualidades, y que todo lo que en literatura se dice existió, existe o existirá.
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No quiero dejar de decir otra vez la profunda conmoción que me produjo este libro, más bien una especie de desconcierto ante una ficción brillantemente construida desde sus territorios, sus diálogos, sus desvíos y desvaríos. Felipe Becerra se pone a la cabeza de algo, no sé de qué, pero eso lo responderán mañana nuestros antepasados lectores.
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Ciudad de México, noviembre de 2008.